En el frecuente uso del singular “la mujer” para referirse a
“las mujeres” en general, pareciera esconderse una noción esencialista de la
feminidad, similar a aquella que en los 70 impulsó la propuesta de una
Antropología de las Mujeres.
En aquella década los estudios sobre las mujeres plantearon
una revisión de las premisas antropológicas.
El tema en cuestión no fue, como se podría esperar, la exclusión de las
mujeres de los reportes etnográficos, ya que se consideraba que dada la
preocupación antropológica tradicional con el parentesco y el matrimonio,
siempre habían estado presentes. El
problema que se planteaba era la forma cómo eran presentadas las mujeres. Las etnografías fueron criticadas por
presentar realidades parciales y distorsionadas dado su múltiple sesgo
masculino,que debía ser confrontado.
El resultado de este proceso de revisión fue una
Antropología de Mujeres (“women’s anthropology”), que buscaba traer nuevamente
a las mujeres como protagonistas al escenario.
La nueva investigación etnográfica fue entonces concebida como una
conversación “de mujer a mujer”, que al eliminar la participación masculina
tanto del rol del antropólogo como del informante, planteaba erradicar
automáticamente la posibilidad de un sesgo masculino. Es más, suponía un referente y comprensión
naturalmente compartidos entre la antropóloga y la informante basados en una “feminidad”
común.
Una de las mayores críticas hecha a esta empresa tiene que
ver con el supuesto implícito sobre la existencia de una “esencia femenina”
universal y, consecuentemente, de una “mujer universal”.
En 1980 Marilyn Strathern fue una de las primeras
antropólogas en abordar las falencias de dicha premisa y, consecuentemente, de
todo el proyecto de una Antropología de Mujeres. Ella argumentaba que la creencia de que una
antropóloga mujer lograría traer a su investigación una doble conciencia que
resultaría en estudios integrales, precisos y objetivos, reflejaba las mismas
debilidades metodológicas y teóricas que el abordaje antropológico innovador
buscaba eliminar. El resultado era
finalmente sólo la transposición de un sesgo masculino a uno femenino, y en
esencia ambos eran lo mismo.
De acuerdo a Strathern, la Antropología de Mujeres
acríticamente acepta del sesgo femenino como “objetivo”, al no discriminar el
género de la antropóloga del género de
sus ideas. Ella argumenta que
las mujeres occidentales son tan reproductoras del patriarcado occidental como
los hombres. La calidad del sesgo
masculino y femenino es la misma en esencia, pero el ser mujer parecía hacer el
sesgo “más aceptable” e incluso inexistente para la Antropología de Mujeres.